Tadao Ando: «Iglesia de la luz 1988»

Arquitectura — julio 14, 2021

Este conjunto comprende dos modestos edificios dispuestos en ángulo, el acceso es indirecto, para acceder se llega a un espacio ubicado en la parte posterior de la iglesia desde donde se accede a una placita de forma circular, allí se encuentra un único banco de hormigón siguiendo la forma y dos aperturas verticales en el muro de hormigón, sin ornamentos de ningún tipo, en esta plaza se encuentran los accesos a la iglesia y a la capilla. La iglesia es una caja de hormigón (perfectamente ejecutada), de 6x6m y 18m de altura traspasada lateralmente por un muro a 15º respecto al eje principal, este muro consigue dinamizar el espacio, proporcionar una entrada de luz horizontal y crear la entrada al templo desde un lateral por medio de una gran puerta acristalada corredera al más estilo japonés. 

En esta obra “tan sencilla” e inspirado por uno de sus viajes a Roma donde visita el Panteón de Agripa, Ando descubre el poder de la luz (“arquitectura de la luz”) utilizando en esta construcción el material más eterno y universal de los materiales. Aquí, la luz ingresa en el edificio desde ranuras perfectamente dimensionadas, pero es detrás del altar (lugar de máxima referencia en una iglesia), donde hace su mayor acto de presencia por medio de una gran abertura cruciforme. Es el único elemento natural que accede al espacio y como tal se va transformando a través de las horas, de los días incluso de las estaciones, haciendo que el interior esté en continuo cambio. 

El suelo de cedro tintado en negro, inclinado hacia el altar, acentúa aún más la importancia del mismo. El único mobiliario de la iglesia son los bancos para los fieles, construidos con parte de los andamiajes utilizados para su construcción, dando al interior un carácter austero y mínimo. No hay ornamentos que puedan distraer al fiel, LA LUZ y LA CRUZ, símbolos tan importantes para los cristianos, aparecen unidos dándoles el máximo protagonismo.

Tadao Ando, premio Pritzker de arquitectura en 1995, demuestra su maestría y el porqué de su trascendencia, logrando una conjunción perfecta entre materia y espíritu. En esta obra, recoge la esencia del cristianismo y la expresa a través de la simplicidad del budismo Zen.